A veces la vida te hace regalos inesperados. Hace unas semanas, mi mentor-coach me envió un texto de Carl Rogers, «me gusta escuchar», que me toco profundamente, pues me hizo recordar uno de los mejores regalos que me ha dado el Coaching: el placer de escuchar.
El placer de llegar a una sesión, especialmente la primera, y abrir tu ser a otra persona para simplemente aceptar recibir lo que te quiera dar. El placer de ver como se va abriendo al sentirse escuchado sin condiciones, sin expectativas, y sin juicios. El placer de descubrir como detrás de una pregunta tuya se abre una puerta, una puerta que hasta ese momento estaba cerrada. Una puerta que abre su dueño porque quiere, porque se siente seguro, acompañado. y con la emoción de adentrarse en un mundo de nuevas posibilidades.
Hace unos días, tuve una de esas primeras sesiones de un proceso en la que llegas para recibir el mundo del cliente, sin saber que va a pasar. Tu enseguida percibes cosas, poco convencimiento con el proceso, pocas expectativas, desmotivación, pero las dejas llegar y pasar, porque sabes que hay más por llegar y que no es el momento de parar. Y sigues presente, acompañando la escucha, y preguntando al hilo, y «voalá» llega ese momento en que el cliente deja entrever una puerta que hasta ahora estaba oculta, y tu le lanzas una llave con una pregunta provocadora y la puerta se abre, y con ella nuevos paisajes y nuevos caminos. Y con esa apertura cambia todo, la expresión de la cara del cliente, el ritmo de su voz, su postura corporal, y donde hasta entonces solo había ganas de dar pasos de vez en cuando, ahora hay ganas de correr y de querer llegar a la meta, que ya palpita en su cabeza y en su corazón.
Empece a darme cuenta, que al escuchar con esta apertura y esta actitud, no solo me abría yo al mundo y a los demás, sino que ayudaba a otros a abrirse, y que esa apertura y sensación de hermanamiento con el mundo, les producía la misma satisfacción, bienestar y serenidad que a mi. Empece a aprender, a aprender con otros y de otros, a entenderme a mi misma al entrar en el mundo de otros y comprenderlos, a aceptarme al ver como otros se aceptaban, a perdonarme como otros se perdonaban.
Recuerdo una sesión con un cliente en el que éste me lanzo una frase que nunca olvidare «yo para saber lo que quiero antes necesito saber lo que puedo». Es la única vez hasta la fecha que me quede desarmada, sin capacidad de preguntar al hilo, de retar, de generar reflexion sobre todo lo que había detrás de ella. Tuve que retomar por otra vía. Porque lo que resonó en mi con esa frase fue tan fuerte, que en un instante sentí todo lo que esa persona estaba sintiendo, no sólo por lo que dijo, sino por como lo dijo. Escuche los gritos de su impotencia, de su frustración, y de su desazón por no atreverse a querer por temor a no poder, y sentí sin necesidad de saber, que esa puerta no estaba lista para abrirse, y que había que seguir el camino, y pasar a su lado sin mirar para ella. Ya llegaría el momento de retornar a ese punto del camino, como así fue.
Muchas veces he dicho que hago Coaching porque para mi supone la mejor herramienta de crecimiento personal. A veces me pregunto, si mis clientes sienten que han recibido tanto como yo siento que recibo de cada proceso. Para mi cada proceso y cada cliente es una lección de vida que ellos me regalan, una lección de coraje, de superación, de esfuerzo, de confianza, de generosidad, de autoconocimiento, y de sabiduría. Con cada proceso, yo aprendo mucho sobre mi y sobre las personas, y de nuevo vuelve a mi Carl Rogers y le escucho susurrar eso de «aquello que es más personal es lo que resulta más general, pues los sentimientos más íntimos y personales son los que más logran resonar en los demás»
Cuando somos capaces de escuchar con profundidad, y con un auténtico deseo de comprender el mundo del otro, somos capaces de escuchar mucho más que palabras, y apreciamos los detalles y los matices, podemos llegar a vislumbrar la esencia de la persona, percibimos emociones y sentimientos, vemos aparecer los pensamientos casi al instante en el que se precipitan en la mente de nuestro interlocutor, queriendo salir pero con miedo de exponerse. Escuchando así, es posible incluso captar el sentido que tienen, para quien nos habla, sus palabras, antes incluso de que el o ella lo puedan entender. A veces nuestra escucha es simplemente un caminar acompasado que se une con el otro en la búsqueda de ese sentido, en el arduo camino de su creación. A veces, escuchando así, he llegado a sentir y mantener una conversación sin pronunciar una sola palabra. A veces, como relata Carl Rogers, «en un mensaje no importante puedo escuchar un grito humano profundo, un «grito silencioso» que está oculto, desconocido, por debajo de la superficie de la persona«. A veces en una mirada, en un gesto, en una palabra he escuchado gritos de soledad, de necesidad de ayuda, de cariño, de cuidado, de gracias por estar ahí.
Realmente aprendí el inmenso regalo que es escuchar el día en que yo pedí ser escuchada, escuchada sin límites, sin objetivos ni destinos, sin expectativas ni motivos, simplemente escuchada. Para alguien que siempre se ha dedicado a escuchar a otros para solucionar, ayudar, decidir, calmar, y no se cuántas cosas más, escuchar se había convertido en un trabajo y obligación. Y de tanto escuchar, me olvide de mi necesidad de ser escuchada, y empece a vivir lo de escuchar como una carga. Y a escuchar buscando algo que era mío y no del otro, cuando escuchar es simplemente estar abierto a recibir para poder dar.
Por eso ahora soy una Coach plenamente consciente de la necesidad de escuchar pero también de la de ser escuchada con la misma intensidad, profundidad, apertura, consideración, aprecio y compresión con la que yo escucho. Porque al final todos necesitamos lo mismo, y tan importante es dar satisfacción a la necesidad de los demás como a las propias necesidades. Lo contrario nos convertiría en seres instalados en una atalaya desde la que contemplamos a los demás como si fueran distintos a nosotros, estuvieran muy lejos de nosotras y fueran más necesitados que nosotros. Creo que en suaves palabras se llama condescendencia, pero realmente son espejismos que crea nuestro ego.
Cuando nos creemos tan invulnerables que pensamos que no necesitamos ser escuchados, no expresamos nuestro mundo interior. Cuando tenemos miedo de no ser aceptados, de ser juzgados , rechazados, nos vamos encerrando en nuestra fortaleza defendida por nuestro ego, y dejamos de escuchar al mundo, y sólo nos escuchamos a nosotros mismos. Empezamos a convivir con un diálogo interno que se apodera de nosotros, de nuestras conversaciones, de nuestras relaciones, y de nuestra convivencia. Un diálogo dominado por nuestro ego herido, asustado, indignado, asqueado, que se dedica a juzgar, y que no escucha porque no quiere aceptar.
Siempre recuerdo las sabías palabras de un amigo y gran Coach, Carlos Herrero de las Cuevas «si algo de lo que alguien te dice te chirría es porque algo esta resonando en ti». Cuando no aceptamos algo del otro es porque eso nos produce temor, sentimos una amenaza, o simplemente es algo que no aceptamos en nosotros mismos. Y por eso nos ponemos a la defensiva, cerramos nuestros canales, despreciamos, ignoramos, desacreditamos y no escuchamos.
Si queremos que escuchar sea un placer, que se convierta en un verdadero regalo para nosotros y para los demás, debemos empezar por darnos también un espacio para ser escuchados, para expresarnos. Esto nos dará la seguridad y serenidad necesarias para escuchar a los demás, para admitir sin fisuras su mundo, para adentrarnos en el sin miedo a quedar atrapados, o a perder nuestra individualidad o identidad.
Cuanto más auténticos somos en nuestras relaciones y en nuestra forma de expresarnos y comportarnos, más seguros y abiertos se sienten los demás para compartir con nosotros sus experiencias, sus miedos, sus dudas, y sus sentimientos. Cuando escuchamos con apertura los demás aprenden a abrirse, cuando escuchamos con aceptación los demás aprenden aceptarse, cuando escuchamos los demás aprenden a escucharse así mismos y aprecian el gran valor que eso tiene. Dejamos el baile de mascaras y comenzamos a bailar siendo nosotros mismos, experimentando la emoción de encontrarnos, reconocernos y apreciarnos.
Muy emocionante y enormemente movilizador relato, María Luisa. Creo que no ha podido llegar a mis ojos, en mejor momento. Desde la muy novel mirada de alguien que se ha adentrado precisamente esta semana y por primera vez, en vivir la experiencia de realizar su primera sesión, la primera entre las primeras, doy fe de lo que cuentas.
He vivido el placer de sentir que el otro, se va abriendo a tus oídos, cual melón maduro y te pide a gritos que le ayudes. He conocido el placer de sentir que, ha contado todo lo que ha querido, como ha sabido contarlo y con la profundidad que ha querido, sintiéndose en total confianza. Sin temor a ser enjuiciado ni valorado y con la seguridad que ni siquiera vas a romperle o invadirle sus silencios.
He respirado muchas sensaciones. He contemplado como, cosas que al comienzo de la conversación no se dicen, terminan por escaparse y afloran ya avanzada la misma. Salen a flote, porque algo, una pregunta poderosa, ha hecho que se tambaleen los cimientos.
He observado como el contacto visual que al principio se ve de cuando en cuando roto, para pensar y reflexionar, se va tornando más permanente hasta llegar a ser perfecto, mirada a mirada “ one to one”, y coincide en el momento en que te dicen “ya me estas ayudando”.
Todo esto y mucho más que a buen seguro, me quedará por escuchar, no tiene precio ni para el interlocutor ni para el escuchador. Te hace sentir una enorme satisfacción por saber que has ayudado a alguien, que has atendido su necesidad de ser escuchado y que lo has hecho de la mejor manera que sabes; de manera completamente entregada e íntegra, como un día lo hicieron contigo. Aquel día en que no sabes lo que ocurrió pero si sabes, que sentiste que aquella escucha que te habían regalado no era una escucha al uso y como tal, iba a marcar un antes y un después.
Madre mía Mónica, estoy por pedirte que colabores en mi blog, aunque la verdad es que te animo a que crees el tuyo propio. Esto que me dejas no es un comentario es un regalo para mis oidos y mi alma. Como escribes!!!!! Ya lo vengo sintiendo desde hace unas semanas, te dije que fui testigo del tu insight y tu despertar, y no sabes cuanto me alegro del resultado porque lo estoy viviendo y me parece que tus coachees tambien. No sabes cuanto me alegro de que tus primeras experiencias hayan sido tan buenas, eso da mucha confianza y a partir de ahi solo queda seguir mejorando, que es lo bueno que tiene el coaching y el mentoring, que nunca dejas de tener motivos para mejorar.
Muchas gracias de nuevo por tus palabras. Un abrazo
Este artículo está en la línea de hacer «contacto», María Luisa, tal como lo enunciaba Virginia Satir. Me siento concernido por lo que dices, me resulta «significativo» (en el sentido que le da la teoría de la comunicación), y por lo tanto estoy en disposición de dejarme influir por él, lo cual quiere decir que…has comunicado.
Muchas gracias Lucas, tu mejor que nadie sabes el esfuerzo que escribir asi me está costando y saber que lo estoy consiguiendo me anima mucho a seguir explorando esta línea.
Es tan real lo que nos comentas y es tan importante empezar a practicar y saber escuchar. Ni nos damos cuenta cuánto nos enriquecemos al escuchar a los demás y prestarles la atención debida para conocer sus necesidades reales.
Muchas gracias Pilar por tu comentario. A veces se nos olvidan las cosas más elementales y naturales, y las que más satisfacción nos producen como personas. Un abrazo.