La energía es el combustible que nos pone en marcha, que nos mueve, pero son las emociones las que nos llevan de un lugar a otro. Las emociones cuando viven a nivel inconsciente dirigen nuestra atención, condicionan la realidad que percibimos y, por tanto, nuestras decisiones y nuestras acciones.

Las emociones negativas nos ponen a la defensiva, nos bloquean, hacen salir a escena a nuestro ego, porque están evolutivamente pensadas para defender, proteger y sobrevivir. El ego es nuestro escudo, nuestra armadura de protección frente a las amenazas externas, es la que nos ayuda a resistir y defendernos de los golpes de la vida. Las emociones negativas secuestran nuestra atención y disminuyen nuestra capacidad de empatía y nuestra habilidades sociales.

Imaginate por un momento en una sala acristalada llena de gente amenamente conversando. De repente, se rompe uno de los cristales de la sala, formando un gran estruendo. ¿A donde se dirige nuestra atención? Hacia el lugar de donde viene el estruendo, ¿qué emoción se activa ante el caos, los cristales rotos, el tremendo ruido? El miedo, porque entramos en modo supervivencia, tememos por nuestra vida y toda nuestra atención se concentra en salir ilesos de la situación.

¿Qué probabilidades hay de que nos paremos a analizar serenamente la situación para determinar la realidad exacta del peligro? Muy pocas, si todo a nuestro alrededor es confusión, algún que otro grito, nerviosismo, personas quizás heridas. ¿Alguien será capaz de ser empático y pensar en los demás, ayudándolos a salir, a tranquilizarse?

Esa misma agresión y esa misma reacción experimenta nuestro ego cuando se ve atacado, por ejemplo, cuando alguien nos cuestiona, o no nos presta atención. Entramos en modo defensivo, porque el miedo se apodera de nosotros aunque no haya una situación de peligro real para nuestra vida. Nuestro ego se siente en peligro y reacciona ante una emoción negativa como el miedo, la vergüenza, o el enojo.

Al defendernos cerramos puertas, instalamos barreras, nos atrincheramos en nuestra realidad y no dejamos entrar nada del exterior, neutralizamos cualquier entrada externa (ideas, emociones, sensaciones) porque las percibimos como amenazas. Con ello dejamos de escuchar, nos enfrascamos en un diálogo interno, dejamos de contemplar e incluso de sentir, perdiéndonos valiosisimas informaciones, puntos de vista, intercambios, experiencias. Las emociones negativas nos aíslan y limitan.

Las emociones positivas sin embargo nos conectan, nos vinculan a los demás, generan relaciones e intercambios. Son expansivas y creativas. Pensemos en la risa o la sonrisa, que son el efecto de la alegría, y en como atrapan nuestra atención positivamente. Si llegamos a un mostrador para que nos atiendan una petición, y tenemos cuatro personas disponibles, dos de ellas con cara muy sería y otras dos sonriendo ¿a cuál nos dirigimos? ¿Cuál creemos que nos va a atender mejor?

Barbara Fredrickson lleva muchos años investigando los beneficios de las emociones positivas en las personas, señalando que mejoran nuestra capacidad de aprendizaje, nuestra apertura mental, nuestra resiliencia, nuestro rendimiento y nuestra salud, entre otros muchos efectos.

Si queremos crecer como personas, lograr nuestras metas, ser efectivos ayudando a otros como líderes, educadores, mentores, o coach, ser felices, tener relaciones enriquecedoras, tenemos que aprender a cultivar nuestro propio jardín de emociones positivas. Según Fredrickson, las 10 emociones positivas que debemos cultivar son: alegría, gratitud, serenidad, interés, esperanza, orgullo, diversión, inspiración, asombro y amor. Si quieres conocer más sobre ellas, te invito a leer mi libro «Vine a se feliz, no me distraigas. Bitácora de la Felicidad» 

Por ejemplo, la Alegría genera energía y vitalidad, impulsa a la acción, despierta el interés por el juego y la creatividad. La Serenidad nos permite contemplar las situaciones con más perspectiva y ecuanimidad, lo que favorece la toma de decisiones sabias. El Interés activa nuestra atención, pone nuestra mente a funcionar, nos invita a investigar, nos empuja a la exploración y el aprendizaje. Cada emoción positiva nos aporta recursos diferentes, por eso las emociones son nuestras mejores aliadas si hacemos que jueguen a nuestro favor, para ello debemos saber gestionarlas de una forma inteligente.

Cultivar nuestras emociones positivas y gestionarlas satisfactoriamente significa saber inducir conscientemente la emoción que necesitamos en cada momento, y saber apartar las emociones negativas cuando sea necesario, y trabajarlas cuando lo requieran. Este aprendizaje emocional será el mejor recurso que tendremos para ayudar a otros a ser más emocionalmente inteligentes.

Inteligencia emocional

Inteligencia emocional

Si estoy en un estado de euforia porque he recibido una noticia muy deseada e importante para mi, y tengo que tomar una decisión compleja y  muy importante, necesitare inducir un estado de serenidad para que aflore mi sabiduría, que la euforia suele bloquear. Para ello podré utilizar lo que yo llamo «llaves emocionales«, estrategias, recursos que me permiten inducir distintos estados emocionales. En el caso de querer atraer la serenidad, esas llaves pueden ser caminar 15 minutos al aire libre, ejercicios de respiración profunda, 15 minutos de silencio y desconexión total del mundo exterior, escuchar una música que me serene. Puedes comprobar en este video musical, cuantas emociones sis tintas se pueden generar en apenas 5 minutos.

Nuestra energía vital y nuestros resultados dependen de estar conectado con nuestras emociones, de saber reconocerlas al instante, de etiquetarlas y aceptarlas, de ser conscientes si son las más adecuadas para lo que la situación requiere, de saber hacia que emoción tengo que transitar y de cómo hacerlo. Esto es inteligencia emocional, saber generar los estados emocionales positivos necesarios para ejercer nuestros roles en cada momento. Esto es lo que nos convierte en líderes, mentores, coach y personas resonantes y excelentes.

Transitar de una emoción negativa a una positiva, no es solo cuestión de actitud o pensamiento positivo, requiere también de inteligencia, porque  requiere saber que emoción positiva concreta tengo que inducir para contrarrestar la emoción negativa que me tiene secuestrado. Así por ejemplo, una persona que está presa del miedo y la preocupación, no conseguiremos que realmente salga de ese estado con la alegría y el entusiasmo, necesitaremos trabajar la confianza y la esperanza. Este tránsito de emociones negativas a emociones positivas lo explica muy bien Beatriz Valderrama a través del concepto de Arco Iris Emocional. 

Arco Iris Emocional

Arco Iris Emocional

Haces unas semanas estuve impartiendo un taller para 12 personas en el que, entre otras habilidades, trabajamos la de dar y recibir feedback. Nada más terminar de describir la dinámica que íbamos a desarrollar percibí que dos personas del grupo no se sentían cómodas, una literalmente se atrincheró hacia dentro, cruzando fuertemente sus brazos delante del cuerpo, y le cambio el color y expresión de la cara. Sentí su irá primero y su miedo después. Deje un espacio para que cada uno expresara su posición hacia la dinámica, y esta persona la cuestiono, y manifestó abiertamente su resistencia hacia ella. Inicialmente trate de quitarle hierro a la situación, para rebajar la ansiedad que percibía por su parte en implicarse en la dinámica, tranquilizando y dando espacio y tiempo para que aflorara la serenidad y desde ahí seguir trabajando el cambio emocional. El miedo se palpaba en el aire, pues sentía como temblaba por dentro,  así que durante toda la dinámica me dedique a trabajar la confianza de esa persona para lograr su apertura y participación: centrándome especialmente en ella a través del lenguaje corporal y la mirada, acompañando sus silencios y sus intervenciones, reforzando sus aportaciones para que se fuera sintiendo más segura, más apreciada. Poco a poco su actitud fue cambiando, los brazos se desataron, la postura se relajó, fue entrando en la dinámica, y hasta comenzó a sonreír y compartir alguna carcajada.

Esto es transitar emocionalmente a través de la resonancia emocional, y los resultados son tremendamente satisfactorios y gratificantes. Saber transitar fluidamente y conscientemente de emociones negativas a positivas, saber expresar y transmitir nuestras emociones positivas, genera resonancia a nuestro alrededor y contagio emocional positivo. Y es esta vibración positiva lo que realmente logra la conexión entre las personas, la apertura a la experiencia y el aprendizaje, el desarrollo del potencial, el cambio y el logro de metas. Una persona resonante contagia interés, serenidad, amor, gratitud, alegría, entusiasmo, y este contagio hace emerger esas emociones positivas en otros, ampliando sus capacidades y recursos.

La resonancia amplifica y prolonga el impacto de las palabras,las acciones, las sensaciones, y los aprendizajes. La resonancia hace que dejes huella positiva en la mente, el corazón y el alma de las personas. Hacen que tus mensajes se mantengan presentes a pesar de la distancia, que tu impronta permanezca viva a pesar del tiempo, que los aprendizajes que hayas podido provocar resuenen una y otra vez, como si estuvieran flotando en el aire. Es un sonido que vibra, que impulsa, que engrandece a las personas. Es un sonido que les penetra tan profundamente que se mantiene vivo dentro de ellas, transformándose e un aprendizaje propio y significativo, y eso es lo que hace que aflore en los momentos vitales y decisivos, convirtiéndolo en uno de sus mejores recursos para el cambio y el logro de metas.

Para ayudar a crecer a otros, a transformarse en su mejor versión, a liderar su vida, a desarrollar su talento, y a lograr sus metas tenemos que aprender a resonar como líderes, como mentores, como coach y como personas.

¿Y tú, qué quieres, sonar o resonar?